Entre
ellas, me llama profundamente la atención la solidaridad a distancia que se nos
despierta, la capacidad que tenemos de asombrarnos y reaccionar, cuando menos
frente a la embajada de Israel como en este caso, o adhiriendo a campañas
internacionales de protesta ante tanta brutalidad. Y como nos cuesta
conmovernos a la hora de volver la mirada hacia nuestro propio país, y
asombrarnos por la violación de DDHH sistemática y por el aumento de la violencia
a nuestro alrededor, nos volvemos ciegos, sordos y mudos.
Sin
la menor duda, nos encontramos ante una escalada de violencia mundial, con
incidentes civiles y militares en distintas partes del mundo, con el agravante
que hoy día un arma nuclear puede viajar en una maleta. El hecho es que la
conciencia humana no encuentra salida a la encrucijada en que la han dejado los
últimos tiempos, atrapada en un destino sin horizonte, privada de la
posibilidad de evolucionar hacia una sociedad mas humana y mas justa. La
violencia desatada no es sino resultado del estado sufriente y sin sentido en
el que vaga el ser humano, mientras algunos dan rienda suela a su desenfreno
por obtener más por menos, aumentando su poder y decidiendo por los demás. Pero
esto ocurre en todo el mundo y a toda hora. A lo ocurrido con el barco de ayuda
humanitaria, habría que agregar las tensiones entre las coreas, los desmanes en
Tailandia, el descontento que se organiza en EEUU, el drama de los inmigrantes
europeos y en nuestra Latinoamérica, las tensiones que se producen entre los
gobiernos progresistas y el Imperio. Dentro de los países, la cultura del
dinero se aferra a sus últimas esperanzas de controlar y manejarlo todo,
conteniendo el descontento social creciente.
Los
medios de comunicación intentan obnubilar a la población con programas y
noticias intrascendentes, colgándose cada cierto tiempo de eventos programados
para desviar la atención mundial. Nuestra percepción del mundo comienza a
acostumbrarse a ver tanta barbarie y tanta injusticia, y
el
dolor ajeno no me llega y me acostumbro a atrincherarme en mí y mis
pertenencias, a defender lo que poseo sin importarme lo que ocurra con el otro.
Se ha desatado la cultura de lo individual, del personalismo, de lo mío y de lo
tuyo, y en nuestras instituciones el centralismo democrático deja paso a al
matonaje y a la represión, último argumento de una sociedad decadente manejada
por unas pocas familias, que desde hace más de cien años manejan los destinos
de esta nación.
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