Entrevista en web del Partido Humanista
En su calidad de director de Liberar, ONG que defiende jurídicamente los derechos del pueblo mapuche, Fernando Lira pone las cosas en su lugar. No teme decir que estamos en presencia de un terrorismo de Estado que viola de forma sistemática los DD.HH. en Chile y proclama el derecho a rebelarse, pero unificando las múltiples luchas sociales con el objetivo de construir una masa crítica y consciente. El ex vicepresidente del Partido Humanista, en tono pausado, habló de todo, encarnando fielmente el espíritu de las organizaciones que representa.
- Ellos la tienen más fácil que nosotros. Su cosmovisión les facilita ver las cosas de manera no violenta, naturalmente no violenta. No hay ningún muerto, ellos no han matado a nadie. Si han arañado, incendiado y pataleado, pero de impotencia, se han rebelado, sintiendo una “santa indignación”. Pero jamás su visión ha incluido agredir o matar al otro, no es así con los mapuches.
Siempre la intención del Estado chileno ha sido integrarlos a nuestra cultura, y ellos no quieren soltar la propia, no tienen por qué hacerlo tampoco. Entonces se defienden. Aún tienen pegadas las masacres que hicieron con ellos, la forma en que les fueron arrebatados sus terrenos y el menosprecio absoluto a su cultura.
Ellos no son violentos. La rebeldía es un derecho, es el último derecho del ser humano, el derecho a rebelarse. Ellos están reclamando sus derechos permanentemente, su vida es reclamar sus derechos. Fíjate, el mayor orgullo de un lonco es que su hijo, a las 10 años, esté preso por primera vez. No hay mapuche que no haya pasado por la cárcel. Todos han pasado como clandestinos, viviendo en los cerros, en carpa, arrancando de la policía, de los allanamientos, viendo como se llevan a sus familiares.
Nosotros somos más agresivos, tenemos más violencia interna que ellos.
- Cuándo se habla de DD.HH. casi siempre se apunta a la represión que el Estado ejerce sobre ciertos temas, en especial los que están en la palestra mediática. Sin embargo, el humanismo siempre ha hecho distinción entre diferentes tipos de violencia. Desde esa mirada, ¿de qué otras formas se expresan las violaciones a los DD.HH.?
- La represión policial es la violencia grosera en contra de alguien que está disintiendo del modelo actual, pero nosotros vivimos permanentemente en un sistema violento. Lo que pasa es que uno se acostumbra a vivir de esa manera, lo que es peor. Entonces, lo que siempre decimos es que para terminar con la violencia en el mundo, hay que acabar con la violencia interna, y eso implica un acto de observación, un rastreo interno, buscando dónde está la violencia y cómo desactivarla, lo que constituye la no violencia.
Si uno actúa violentamente, contamina su medio de manera violenta, si uno actúa no violentamente, lo hace de esa manera. Este sistema nos ha acostumbrado a organizarnos, comunicarnos y tratarnos en un ambiente violento, por eso denunciamos no sólo la violencia física –que es la que están sufriendo los estudiantes, por ejemplo, en sus movilizaciones-, hablamos también de violencia religiosa, racial, étnica, de género o de edad. Pensamos en algunas violencias psicológicas que actúan de manera muy solapada, pero que están operando, y en general es interesante la observación hasta donde llega la violencia en nuestra vida cotidiana y cómo se internaliza en nuestros corazones. De modo que, si uno quiere desmontar la violencia en el mundo, debe empezar desmontándola en su propio corazón.
Sin la menor duda, cuando estás frente a un zorrillo o un guanaco, difícilmente vas a poder hacer algo más que arrancar, pero tenemos la convicción de que todo se puede ir solucionando si alcanzamos un número crítico. Con esto me refiero a llegar un número de coordinación y expresión social que incluya toda la diversidad de la actividad humana, no solamente a los estudiantes (…) cuando entendamos que el problema mapuche me importa, el tema educacional me importa, la salud y los trabajadores me importan, que la inequidad me importa, vamos a irnos masificando y creciendo en número, recién ahí la represión empezará a retroceder.
- Hablando de los estudiantes, ellos lograron instalar su tema, haciendo retroceder al gobierno y poniéndolo en jaque, no obstante, ¿cómo hacemos para que todas las luchas específicas -educación, mapuches, minorías sexuales, protección patrimonial, etc.,- confluyan en un movimiento social mayor?
- Aquí hay todo un proceso, no es como hacer pan, donde tú pones la harina, sal, agua y listo. No es tan fácil como eso. Aquí se requiere un proceso, que es el acercamiento de los elementos a un punto donde se reconozcan en el otro y se establezca el enlace.
Diría que el factor más importante es que la gente que está en estos temas, en las vocerías y otros, tiene que siempre mirar para el lado. En la medida en que ellos vean que el conflicto no sólo se circunscribe a su ámbito, sino que está enlazado con otros, en conjunto, van a poder llegar a sus objetivos, porque ojo, el sistema siempre está intentando que esto no ocurra, pues significaría el fin del mismo. Al sistema le conviene que los estudiantes actúen solos, que ojalá el mundo mapuche, la salud y los trabajadores no entren en el conflicto, porque de esa manera, divididos, se les puede reprimir más fácil y mejor.
- Uno podría vaticinar que, quizás, todo este movimiento podría quedar en nada…
- Efectivamente, es una posibilidad, pero una no tan nefasta. No hay que verlo tan negativamente, porque lo avanzando es mucho. Sucede que la conciencia social ha irrumpido y no se olvidará tan fácilmente lo ocurrido.
Este movimiento tiene relación con muchas cosas que no se advierten. Estamos saliendo de un miedo en que la generación de los padres transmitían temor a sus hijos, eso inmovilizaba, y ahora se está perdiendo. Las nuevas generaciones están pensando de forma totalmente distinta.
Lo que hay que tener claro es que no vas a cambiar las cosas de un día para otro, todo tiene un proceso. Creo que es el momento de que los estudiantes, que son una gran fuerza social, renueven la política y la vean como un instrumento para sacar a sus propios dirigentes. Hay más de 3 millones de personas que no están inscritas, que pueden participar, y que podrían tener acceso a decisiones importantes en el país. Es una oportunidad que no se puede perder, aunque yo, al igual que ellos, no creo en la política tradicional ni en la democracia que hoy existe.
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